Y eso que sólo eran cajas de cartón.
Ayer hice un poco de limpieza de cosas que antaño fueron útiles y posteriormente inútiles pero que conservaba por apego.
Lo primero que tiré fueron las guías telefónicas, del 2004, 2005 y 2006. Me quedé sin ninguna a falta de que me lleguen las de 2007, total todo lo consulto por Internet...
Lo siguiente que tiré fueron los apuntes de la carrera que me quedaban, me quedé sólo con los apuntes de programación funcional.
Y luego vinieron las cajas, la caja de la tele (me podía meter dentro sin problemas), las del home-cinema (sólo un poco más pequeña) la del lector de DivX viejo y la del nuevo, la de la aspiradora, la plancha y alguna más.
Lo primero que hice fue sacar la sierra de metal (la única que tengo) e ir desmembrando poco a por las grandes tapas, los laterales, el fondo. Por un momento sentí lo que podría sentir un asesino en serie deshaciéndose de un cadáver (de mujer, claro, puestos a ser maníaco que sea sexual) e imaginando lo que mancharía la sangre, salpicando por todos sitios.
Luego guardé la sierra de metal, porque había pensado en conservar alguna de las cajas pero me dije a mi mismo que si me iban a encerrar por la muerte de las cajas y al fin y al cabo estorbaban que ya me podía deshacer de todas. Así que NO volví a por la sierra, decidí hacerlo por fuerza bruta. Desplegué mis bíceps, agarré cada parte de una caja con una mano y tiré con fuerza. Se desmembró. Repetí la acción, una y otra vez, hasta que quedé saciado, todas las cajas rotas. Bueno todas no, quedaba una, un reducto de irresistible caja que no cedía a la dominación romana.
La desfondé de un puñetazo. Ya que me había puesto a dar rienda suelta a mis más bajos instintos destructivos (de cajas, se entiende) la coloque en una posición en la que podía golpearla con todas mis fuerzas sin tener obstáculos detrás y sin que se moviera. Mi puño la atravesó con fuerza.
Luego contemplé mi obra y la organicé, claro. Por un lado el cartón, por otro lado el poliespan protector, por otro lado las bolsas. Me hice con un transporte, algo que difícilmente pudieran relacionar conmigo, podría haberlo usado cualquiera, un carrito de supermercado que hay en el garaje. Lo llené de los restos. Bajé a la calle y tiré el cartón al contenedor de reciclaje de papel y cartón. Hice un segundo viaje porque los restos de mis víctimas eran abundantes, deposité el poliespan y las bolsas en la zona de reciclaje de envases. En estos momentos pensaba en que pensarían de mí la gente que me viera, pero no me importaba mucho. Yo no era un criminal, ellas se lo merecían, hacían odiosa mi vida en esa habitación.
Finalmente y con tranquilidad me lavé las manos y me hice la cena, apenas le eché un vistazo a la habitación, ahora medio vacía. El trabajo no estaba terminado, quedan pruebas, restos minúsculos. Dicen que en el escenario de un crimen hay docenas de pruebas que delatan al asesino y que el más meticuloso de los criminales apenas es consciente de diez o veinte de ellas. No aspiro a que el CSI no me encuentre culpable, aspiro a que no me relacione con todas esas cajas de cartón, apuntes, guías de teléfono. ¿Qué juez emitiría una orden de registro con esas pruebas?
Luego, vi la televisión como cualquier otro día y me fui a dormir. Creo que la descarga de adrenalina me ha hecho llevar mejor el atascazo de esta mañana, si no hubiera sido así ¿quien sabe lo que habría podido pasar hoy?
El Otro