Ahora la escena no era mía, la encontré preparada cuando ya sólo pensaba en mi dolor.
No me atreví a invadirla, casi me sentí culpable al inmortalizarla, pero ahí estaba, con la muerte acechando. Afortunadamente mi dolor no era un preludio no escrito.
Paris, día 2. Iglesia de San Eustaquio.
El Otro
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