Ayer recibí una carta.
No fue un email, no fue por correo, fue una carta en mano. Llamaron a la puerta y me encontré con una batidora, no mi batidora aunque me resultaba vagamente familiar.
La invité a pasar y se presentó, "Soy Claudia, no me conoces pero yo a ti si, vengo de parte de Luisa, tu antigua batidora, me ha pedido que te entregué esta carta"
Aparté unos libros y la invité a sentarse en el salón, mientras yo abría el sobre, lacrado -una chica con estilo, pensé sin percatarme que Claudia traía equipaje.
"Querido Juan" empezaba la misiva
"Como habrás podido darte cuenta he dejado la cocina, no me busques más, me he ido. Siento no haberte dejado una nota pero recientemente ha habido momentos muy duros para mí y he tenido que buscar nuevos aires, corrientes que me hagan volver a sentir la vida.
Probablemente no lo sepas y no te culpo por ello, eres un hombre ocupado, no me quejo, siempre me trataste bien. Estaba enamorada del frigorífico, perdidamente enamorada, disfrutaba de cada rato que me dejabas a su lado mientras cocinabas en la sartén. Pero el frigorífico no me correspondía, me veía como una amiga a la que le contaba sus penas de amor (¡menuda desazón la mía, no podía decirle nada!), hasta que por fin se decidió a regalarle la secadora a la lavadora y comenzaron una bonita historia. Yo quedaba desplazada, agradezco mil y una veces tus cuidados pero así no podía vivir.
Intenté olvidar al frigorífico, cuando él y la lavadora tuvieron su primer retoño, la panificadora, creí morir. El horno fue muy amable conmigo y pensé que me haría olvidar, pero en mi fuero interno sabía que no era posible.
Ahora ya no puedo aguantar más, van a tener otro vástago -la nueva freidora sin aceite- y la lavadora está en avanzado estado.
No pude más, me despedí brevemente de todos e inicié mi viaje.
No, no preguntes dónde estoy ni cuando voy a regresar, ni yo misma lo sé porque necesito este viaje de autodescubrimiento, ya no me vale con revolucionarme a máxima potencia, tengo que encontrar mi ajuste, no se si me entiendes"
Si yo fuera un hombre de llorar, lloraría en este momento, pero sólo se me escapó un suspiro que acompañó con un pequeño respingo de Claudia. La carta concluía:
"Gracias por todo este tiempo, sólo me queda pedirte un último favor. La batidora que te ha entregado esta carta es mi prima Claudia, es una batidora joven, enérgica y está buscando trabajo. Si tienes a bien acogerla no te decepcionará, su madre -mi hermana- era mucho mejor batidora que yo y esta apunta maneras. Mis mejores deseos"
Después de leer esto dirigí mi mirada a Claudia, no era como en las películas la típica joven de pueblo que llega asustada a la ciudad, vi en ella fuerza y ganas de trabajar aunque también cierta necesidad de protección.
¿Sabes lo que dice la carta? - le pregunté.
Sólo el final, ella cree que podrías tener trabajo para mi - respondió con un ligero temblor en la voz
Cierto -dije- me ha dado buenas referencias tuyas y, si te interesa, puedes quedarte, el domingo tengo una comida hay que ponerse manos a la obra.
Y vi como la sonrisa aparecía en su cara mientras guardaba sus bártulos: accesorio picador, batidor de huevos, vasos medidores...
El Otro
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