- Papá léeme un cuento para dormir, porfaaaa - dijo Elenita
- Pero si ya te los sabes todos, conoces todos los cuentos del mundo - replicó amablemente Luis, además ya sabes leer, puedes elegir tus propios cuentos
- Pero si no me lees un cuento los monstruos del armario de la ropa vendrán esta noche.
- No hay monstruos en el armario de la ropa, sólo los abrigos para el invierno.
- Porfaaa.
- De acuerdo, pero tienes que estar muy atenta porque es un cuento especial, cuando se cuenta una vez no te lo pueden volver a contar y si se te olvida no se lo podrás contar a tus hijos.
- Yo no voy a tener hijos, nunca, y no quiero que se parezcan al canijo ese -dijo señalando a su hermano- siempre hace ruido.
Y es que Elena era una niña muy buena, una aventurera de los libros que ya sabía leer y a sus ocho años y medio se quedaba quieta con sus libros mientras sus amigos eran como los hunos arrasando los salones de sus madres y las figuritas regaladas por las abuelas.
- El cuento comienza hace muchos mucho años, con una niña que le tenía miedo al armario, esa niña era tu tata-tara-tata-requete-
- alaaaaa
- y era muy especial pues inventó un hechizo para derrotar a los monstruos del armario.
Luis siguió contándole la historia hasta que Elenita se quedó dormida, abrazada a su oso de peluche.
La noche siguiente Elenita volvió a decir "papá, léeme un cuento"
- Ayer te conté el último que me sabía
- ¡¡Pero me dormí antes de que acabase!!
- Lo sé cariño, pero te conté el secreto mientras dormías, el secreto que ha pasado de generación en generación y ahora son los monstruos del armario los que tienen miedo de ti, tú nunca más le tendrás miedo a nada, como tu padre que no tiene miedo de nada.
- ¿Ni siquiera a hacienda? - dijo Elenita.
La sorpresa cruzó la cara de Luis, un extraño cosquilleo le acompañó - ¿quién te ha hablado de hacienda? - dijo
Luis, aún sin creer la pregunta de su hija.
- El otro día te oí hablar con el tío Andrés, le dijiste que en este mundo sólo hay que temer la muerte y hacienda, sobre todo a Hacienda.
Una leve sonrisa cruzó la cara de Luis mientras respondía -eso fue una broma con tu tío, Hacienda es cosa de mayores y los mayores que son buenos como tu padre no tenemos miedo de ella.
- ¿Y el cuento? - preguntó inquisitiva
- ¿Por qué no me lees uno tu a mí? Eres ya una niña mayor, casi una mujer y a los padres también nos gusta que nos lean cuentos. Coge a tu osito Bob y léeme un cuento.
- ¡Papa! - dijo entre risas - ¡te he dicho mil veces que el osito se llama Teddy! como el de Mr. Bean, ¡¡Bob es la esponja!!
- Ves como tienes muchas cosas que contarme.
Así esa noche fue Elenita quien le leyó un cuento a su padre y poco a poco fue quedándose dormía.
Luis volvió a su habitación y besó a María, su mujer, contándole la ocurrencia de su hija. Ahora les tocaba a ellos dormir un poco.
Fueron pasando los días y como a Elenita le gustaba tanto leer se convirtió en una costumbre que ahora ella leyera los cuentos, a su padre, incluso a su hermano que disfrutaba mucho con las historias de los peces que hablaban.
Un día Luis no se podía dormir, el trabajo no iba bien del todo y algunas cosas le preocupaban. Tuvo una pesadilla. Y despertó en la oscuridad, de repente lo vio allí, el inspector de hacienda, estaba en su misma habitación, observándole. Luis estaba aterrorizado, no sabía qué hacer, la tensión crecía porque el inspector no decía nada, sólo observaba con muy suave respiración. Luis no hacía más que pensar, intentar recordar, pagaba sus impuestos, hacía la declaración bien, su pequeña empresa estaba al día ¿quién era ese loco que había irrumpido en su casa?
Reunión todas sus fuerzas, buscó el interruptor y encendió la luz, pero al volver la cabeza el inspector ya no estaba allí. Tan sólo estaba el armario de la ropa, se había dejado una puerta abierta y una camisa blanca le había confundido. Aliviado miró a su mujer, que aún dormía, se levantó, cerró la puerta y volvió a dormir recordando que a él también le contó su madre una vez el secreto para no tener miedo.
Durmió tan bien como su hija de ocho años y medio y cuando ella se lo pidió un día el volvió a leerle un cuento y a recordarle que no debía tenerle miedo a nada, ni siquiera a hacienda.